Al igual que la antiquísima interrogante de si primero fue el huevo o la gallina, se nos hace difícil precisar si fue el oficio del abogado o el de la prostitución el que nació primero en la Grecia clásica. No sabemos, en concreto, si ya la abogacía había nacido antes de que se hiciera cargo de la defensa de la prostituta Frines en un tribunal popular, cuyo veredicto favorable se debió a la astucia del abogado al mostrar la belleza de la mujer ante un jurado que quedó seducido; o, por el contrario, no sabemos si fue este sonado caso de la antigüedad el que, frente a una situación de litigio, condujo a la invención del oficio del abogado.
El conocido caso del juicio a la prostituta Frines marcó una línea que nos alcanza en el presente. Esto se debe específicamente a que la razón de ser del oficio de abogado se manifiesta en el hecho de que en el seno de las sociedades emergen conflictos, que es mejor someter a derecho, al objeto de solucionarlos mediante el poder del razonamiento y la elocuencia de las palabras que conduzcan insoslayablemente a la verdad objetiva. Ciertamente, estos sistemas no son perfectos, pero sí perfectibles, como se evidencia en la inclinación de la balanza en beneficio de la prostituta Frines debido a su belleza, veredicto falaz que no sería posible en el estado del derecho actual.
En todo caso, la simple posibilidad de poder dirimir un conflicto y restablecer el desequilibrio causado evita que la sociedad se lesione más y se desencadenen actos más traumáticos para la paz social. Si no sólo imaginemos el caos que provocaría el que cada persona agraviada considere que la retribución de la ofensa no le atañe a más nadie, sino a sí misma, por lo que tomaría la justicia en sus manos, lo que sin duda tendría nefastas consecuencias, en la medida en que las impresiones, los prejuicios, y los sesgos ideológicos, llevarían a fatales errores en la administración de esta justicia y, por tanto, a actos de la misma naturaleza. Fuera de duda, una sociedad así va camino a su desintegración, a la ruptura de los lazos y compromisos sociales. En tal sentido, la retórica, la evidencia, los testimonios, y la presunción de la inocencia, son algunos de los aportes al derecho que los juristas nos han legado con el devenir de los siglos.
Debido a que no existe una escala exacta con la que podamos medir la importancia de los juristas en la historia, y ni siquiera podemos hacerlo dentro de sus respectivas épocas, veamos algunas razones del porqué han quedado grabados en la historia del oficio.
- Marco Tulio de Cicerón (106 A. C - 43 A. C.) se torna una figura de referencia obligada, ya que fue uno de los juristas más destacados en la época romana. Su talento como orador le permitió invovar en sus discursos de corte civil, penal y político. Uno de los casos más conocidos y presentados en diversos documentales sobre su obra, trata sobre cómo llevó la defensa de un caso de parricidio.
- Bartolo de Sassoferrato (1313-1357) fue un destacado jurista de la edad medieval. Su figura encarna la máxima representación del derecho privado común, además de conformar, por decirlo de alguna forma, la columna vertebral de la cultura jurídica europea.
- Edward Coke (1552- 1634) fue un parlamentario inglés muy influyente en su época y uno de los que impulsó el desarrollo de la constitución inglesa.
- Hugo Grocio (1583-1645) jurista que da inicio a la idea de ética natural y el contrato social. Asimismo, formó las bases de lo que hoy se conoce sobre Derecho Internacional.
- Charles Luis de Secondat, Barón de Montesquieu (1689-1755) fue un magistrado que estuvo en contra de los gobiernos despóticos. Su aporte más valioso a la historia del derecho fue la idea de la separación de los poderes.
- Cesare Beccaria (1738-1794) fue un jurista que se destacó en el derecho penal moderno, y se encargó de introducir la idea de racionalidad en la definición de los delitos.
Cada aporte que en materia de derecho han legado estos individuos, son los que nos han permitido disfrutar de una sociedad normada y civilizada.